...me verás volar.
(G. Cerati)
Decidí abrir mis alas
so pretexto de no olvidar cómo se hace,
sin más intención que sacudir el polvo del silencio
y la brisa ajena que se acumula con el tiempo.
Mis ojos, marchitos, cerrados desde hace tiempo
como guardando un pensamiento
no acompañan la maniobra.
No estoy dormido
sino ausente,
exento de todo optimismo,
conspirando contra la nostalgia.
Algunas aves, sorprendidas
por este último movimiento,
alzan el vuelo hacia un lugar distante
donde puedan balbucear lo poco que saben de mi nombre.
En silencio siempre soy más agradable.
Alguien, abajo, entre el exceso de multitud,
debe notar que algo pasa.
Alguien debe notar que algo pasa,
repito, mientras cierro mis alas lentamente,
en silencio, atrapando un poco de sol y viento
antes del siguiente espasmo.
Mi suspiro, tan profundo como vano,
se confunde con el sonido de un claxon sofocado por el tráfico.
Nadie atiende.
Todo es indiferencia.
Entonces, decido abrir mis ojos
so pretexto de no olvidar cómo se hace
sin más intención que abrirlos porque sí,
porque me da la gana.
Pero callo,
como antes,
para no parecer desesperado.
A cierta altura
las palabras parecen otra cosa.
La demencia es más cercana cuando se está más alto,
o lejos.
Aquí no hay nadie cerca
para empujarme hacia otra parte,
hacia algún sitio distinto a esta inercia,
y mi voluntad, cada vez más diluida entre la nada,
se espanta.
Puede que mi gesto sea un presagio para alguna cosa,
o sea un simple gesto,
o nada.
Si alguien advierte el eco de esas palabras
que dejé caer sin entusiasmo
será por culpa del cinismo.
Es preciso inventarme un vuelo,
o una caída hacia alguna parte
antes que se acaben las palabras.
Si algún rayo de sol me lo permite
alzaré el vuelo después de una carcajada.
Si olvido alguna palabra,
a mi regreso,
asumiré cualquier consecuencia.
Y así, al sonido de muchas culpas,
anuncio mi próximo vuelo
al silencio,
aunque nadie aplauda.
David E. Alvarado
El Salvador
El Salvador
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