No todo el mundo
conoce estas sendas;
las avenidas
de color inesperado
en las que suelo caminar
descalzo,
solitario,
sin decir ni una palabra
que descubra el acertijo
de esos momentos
a escondidas
donde me comparto contigo.
No todo el mundo sabe,
ni procura,
caminar a piel desnuda
sobre estas decepciones.
Expulsar día a día
ese húmedo vapor
desconocido por todos
e intentar huir
por el mismo agujero
de estas formas cotidianas.
No todo el mundo.
No toda la gente
comprende,
que en este camino,
las rocas florecen
y que he sepultado el corazón
a la distancia,
en una peña silenciosa,
donde nadie calcula,
ni se imagina,
que las mordidas ocultas
se sazonan con dolor,
que esa ráfaga de fuego
en la que poso mis ojos
sólo es el amanecer
de una nueva explosión
por la cual siempre,
casi siempre,
termino colado en tu vientre.
Poco gente sabe
y comprende
de esta huida
sin maletas ni promesas.
Solo se escucha mi queja,
pues no me verán nacer
de nuevo
aquí,
ni en ninguna parte,
ni en la misma forma.
Me habré llevado al polvo
esa palabra
que tanto me pediste
y verás la vid
parir mis lágrimas
y su vino,
por extraño que parezca,
será la carcajada del destino
que siempre,
casi siempre
e inevitablemente,
ha de traer mi nombre al recuerdo.
No toda la gente,
por demás identificada,
reconocerá tu sinceridad
en ese vaso cristalino.
Ni sabrán,
si tu verdad,
es solo parte de mis mentiras.
Ni tú sabrás
si fuiste mía
o fuiste tuya
porque,
no todo el mundo
cabe en esta historia,
por pletórica que sea.
No saben
que tras la puerta,
el espacio es reducido.
A oscuras,
en silencio,
sólo se alcanza a ver
el vacío
saturado de impaciencia,
y así,
nadie sabe
si la raíz de mi memoria
se ha adherido al descontento
y ni tú,
ni mucho menos
toda esta favela de miradas,
conocerán si ayer
sufrí
mi última sonrisa.