La luna sangró a las doce
sobre mis hombros
que ya habían perdido sus alas.
Esparcí mi canto
en el Yagual de la noche
y apacente entre los lirios
mis ganas.
Vacié mis ojos
cansados y tibios
en la distancia
y oculté entre la maleza
mi úlmina sonrisa.
Pensé escapar nuevamente
con la misma palabra,
pero no se puede usar mil veces
la misma excusa,
el mismo párrafo,
la misma huella
y pretender pagar con ella
todos los peajes
de este desconsuelo.
Dejé entonces esta piel colgada
a mi cuerpo desnudo
y asentí con desgano
mi ajusticiamiento.
Da lo mismo una
o un millón de estrellas
convertidas en balas.
Sólo la que tiene tu nombre
se puede llevar mi alma.
La luna sangró,
de este desconsuelo.
Dejé entonces esta piel colgada
a mi cuerpo desnudo
y asentí con desgano
mi ajusticiamiento.
Da lo mismo una
o un millón de estrellas
convertidas en balas.
Sólo la que tiene tu nombre
se puede llevar mi alma.
La luna sangró,
exactamente a las doce.
Yo enarbolé un verso sin sentido.
Lo que dijo después el viento
mañana será el olvido.
Yo enarbolé un verso sin sentido.
Lo que dijo después el viento
mañana será el olvido.