Admito
mi silecio;
ese bullcioso silencio
que te profana,
palabra desnuda;
ese silencio que se esparce
como un virus en la noche
y que escapa de una grieta
infinita en mi alma.
Admito entonces
mi locura
y haber insistido tanto
en decir alguna cosa
que terminé diciendo
absolutamente nada
de lo que quería.
Por eso hoy,
me encierro en el silencio
para salir ileso
del mar de carcajadas.