Un día te eché de menos,
entonces decidí
echarte de mi mente.
Atrás llovía,
muy atrás, lejos...
al sur.
Al norte, en lo alto de todas apartes,
una estrella moría de fatiga, de impaciencia.
Mi estrella,
tu estrella,
nuestra...
Todas las cartas que escribí,
antes, después, siempre,
terminaron en alguna hoguera
o en una subasta de quejas sin postor;
no sé... ya poco importa.
Un día te eché de menos,
pero ya no estabas en mi memoria.
El cielo sigue allí,
siempre,
como esperando a que diga algo propio
o a que repita el silencio con mis ojos.
David E. Alvarado
El Salvador
El Salvador
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