Nadie saldrá lastimado si pronuncias mi nombre
despacio,
despacito,
como sin durmieras un bebé entre tus manos.
Nadie saldrá lastimado si me piensas
cuando aparezca la luna desnuda sobre tu techo,
cuando la lucha sea interna y solitaria,
o si al ver el ocaso imaginas que el cielo se quema.
Nadie saldrá lastimado si, de repente,
me necesitas
y me imaginas viajando entre polvo de estrellas
hasta tu vientre.
Nadie saldrá nunca de los nuncas lastimado
si lo admites.
Para cuando te des cuenta de lo ocurrido
ya estaré tan lejos de tu universo
que invocarme parecerá un bostezo innecesario.
David E. Alvarado
El Salvador
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