Tenía sus alas húmedas,
quizá a consecuencia de nada.
quizá a consecuencia de nada.
Había enterrado sus ganas
entre las hojas que caen en silencio.
No sabía si era
una raíz de rencor y venganza,
o un árbol caído;
pero supo, al ver la luz,
que su tiempo había llegado.
Con un bostezo despertó al corazón,
ese perro lujurioso y desorientado.
Los árboles testigos de tal maniobra
se rieron de él.
Era abril,
y ya había pasado mucho tiempo.
David E. Alvarado
El Salvador