Antes que nada,
quiero eclipsarme un momento
de este murmullo metálico
que a diario persivo;
y, escondido
entre tantas dudas,
desvelo una ecuación involuntaria
para corregirme.
A diario
escondo el rostro real
de mis intenciones
y me suplico, con devoción,
el no ceder,
porque la lucha no es en vano,
tanta luz,
tanta espera,
tantas ganas
nunca deben ser en vano.
Antes que nada,
me corrijo
y agradezco ante todo
este silencio inodoro,
esta paz que produce
la obligación de quedarme
callado en este instante;
sé que algunos tantos
estarán buscando en mí,
las escusas que no encuentran en sí mismos,
como yo busco
en este espacio,
las respuestas que no encuentro
en otra parte;
y florezco
de una euforia tardia
al saber que no hay razón
para no quedarme aquí
tranquilo,
un minuto más
lejos del bullicio metálico
de lo cotidiano.