Aparentemente,
esta es, y ha sido,
una situación provocada.
Debo someter a juicio
todas mis palabras,
aun las más insignificantes y absurdas.
Debo revisar todas mis ideas:
las fallidas, las certeras, todas.
La noche me convence nuevamente
de sumergirme en su silencio.
Antes, dos acordes me bastaban
para hacer del insomnio un poco placentero.
Hoy, ni la sonata completa me basta.
Ni todos los libros,
ni todas las letras.
Nada me es suficiente.
Acudo a esa profecía,
cada vez más marchita en mi interior,
pero, como siempre, nada pasa.
Silencio.
Estoy convencido
que esta es una situación
evidentemente provocada.
Todo ese gélido viento;
afuera,
adentro.
Todo ese silencio improvisado, de repente,
sin aviso ni destino aparente.
Toda esa pausa.
Puedo decir, sin ningún sentimiento de culpa,
que he pasado mucho tiempo fuera, lejos,
buscando la constelación perdida de mis cuentos.
Algunas estrellas me conocen plenamente,
otras evaden mis intentos.
La luna, pálida,
escucha atenta mis ladridos.
He intentado tantas veces seducirla.
Mi cuerpo se reciente.
Mi mano entumecida,
como mis promesas,
sólo es una alarma de lo evidente.
Lo evidente sólo es una consecuencia.
Antes, dos acordes me bastaban
o consumir tu cuerpo desnudo hasta agotarme.
Ahora, ni tu sexo, ni toda la sonata
me tranquilizan.
Lo sé, no voy a negarlo ahora;
he pasado mucho tiempo fuera, lejos,
buscando la constelación perdida de mis cuentos,
sin lograrlo.
David E. Alvarado
El Salvador
El Salvador
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