La noche me sorprende de repente, con el alma desnuda,
sin respuestas, quieto,
atado a tus brazos tiernos,
prisionero sin tregua de tus senos,
lunas de mi cosmos de papel.
Al borde de mi cara
se suicidan algunas torpes lágrimas
y con ellas, un poco de esa culpa casi olvidada.
Las paredes, testigos inertes de mis palabras,
me devuelven una bocanada de silencio, y tú,
piel de versos escondidos,
me rasgas el alma con tu mirada.
Afuera, el viento golpea algunas puertas
sin obtener más respuesta que su propia queja.
Florece el cielo nocturno, llenándose
de pizcas de luz incandescente.
La noche me sorprende aquí, en tus brazos,
con una plegaria tan difusa como imperfecta.
De rodillas, con mis ojos cansados de no decir nada,
suplico un minuto más contigo, a solas,
enredados en las sábanas.
Afuera, nadie sabe;
sólo algunas estrellas
de la constelación que conocemos.
Adentro, sólo las paredes
y el espíritu del geco que vive en sus ranuras.
David E. Alvarado
El Salvador
El Salvador
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