No deje que se enfríe.
Si vuelve aquí estaré.
(Diálogos irreversibles)
Entonces, definido el principio del fin,
la estación del nunca más,
el punto exacto donde todo es irreversible,
solo me queda moderar mi acto
y esperar en modo ecléctico y taciturno
la inminente carcajada de la primer estrella
que asome en el firmamento.
Intentar, hasta donde el cinismo colectivo permita,
quebrarme poco a poco sin hacer demasiado ruido,
sin alterar las circunstancias,
sin dejar, ni por accidente, palabras soterradas
que puedan renacer en mi contra.
Una vez absorbida la dosis total de indiferencia,
el veto implacable del destino,
el dolor esparcido en todas partes,
mi alma, que se declara involuntaria,
se exiliará sin remedio a un rincón inaccesible
donde el perro multicolor anda suelto
ladrando tu nombre como fábula,
donde la mariposa es el arcoíris inestable,
donde tu risa es cadena perpetua.
El rincón recóndito que solo mi alma conoce
donde el árbol anciano se deshoja
sin sentido
sin pudor
sin miedo.
Esta vez mis alas no responden.
Y me repito a manera de plegaria
que caer no es viajar.
¡Caer no es viajar!
Las luces rojas me confunden.
A veces son un ¡alto!
A veces son una constante invitación,
un cúmulo de marcas que señalan el camino,
la puerta,
la habitación donde se toleran todos mis latidos.
A veces son tus ojos como brasas infinitas
consumiendo lentamente mis esperanzas,
convirtiendo mi deseo en ceniza
mientras tu dedo me condena.
A veces soy yo esparcido en todas partes...
Insisto
pues no sé bien ser lo que no soy.
No sé cómo.
Solo alcanzo a ser esto que ya sabes
me es tan difícil de explicar.
Porque sí, me cuesta explicarlo todo
sin parecer que soy culpable.
Me cuesta explicarme.
¡Caer no es viajar!
Y todo es risas a mi alrededor.
Carcajadas sospechosas saboteando mis rimas.
Pronto no habrá escapatoria
y la oscuridad me hospedará entre sus piernas.
El acorde será un grito intenso y subversivo,
la canción será más triste y solitaria.
¡Caer no es viajar!
Nadie escucha.
¡Caer no es viajar!
Mis alas se rebelan.
Entonces, definido el alcance del silencio,
la profundidad de todas las dudas,
la continuidad de la distancia,
solo me queda moderar mis miedos,
soportar paciente el mar de escalofríos
y evitar a toda costa que la sombra de tu recuerdo
se convierta en un vastago insolente.
Intentar, hasta donde la nostalgia permita,
que mi lluvia no se extienda a todas partes
ni se desborde alguna queja como lágrima,
que los nunca sean nunca
y no muecas de esperanza.
Si exploto en algún momento súbito
y despierto al colectivo que conspira,
que no se culpe a las promesas, nunca;
ni se acuse a la melancolía.
El acorde es más intenso cuando el dolor es euforia.
Desde aquí,
rodeado de esta oscuridad lujuriosa,
no sé interpretar la psicodelia de los escalones
ni contar el paso del lirio sobre ellos.
Sin ninguna expectativa cerca,
ni ruidos de puertas que se abren y cierran,
ninguna canción acosará mis pensamientos.
Desde aqui, aunque lo intenten,
mis ojos no buscarán luciérnagas incandescentes
ni acertijos en lo alto de la colina misteriosa.
Aquí soy la palabra imbatible,
el manifiesto infrarrealista,
el verso inmortal.
La voz que está en todas partes.
Caer no es viajar,
pero esta vez, esta única vez,
ha sido placentero.
No hay días fáciles en esta melodía,
pero algún instante se salvará del fuego.
Algún gesto sincero,
alguna conversación cósmica,
alguna mirada inesperada.
Mis alas no responden,
como protestando por el tráfico de sentimientos.
Ya he estado aquí antes, lo sé;
la herida me lo repite, el dolor me es familiar.
Pronto desaparecerá la dicotomía del tú y yo.
Volveremos, pues, a evitarnos sin evitarnos.
Volveremos a ser, involuntariamente,
extraños viendo la misma luna, el mismo atardecer,
escuchando el mismo coro de aves disonantes
que trazan con su vuelo graffitis en el cielo.
Volveremos a ser, sin remedio,
escenas frías en miradas perdidas,
deseos cálidos escapando a otras pieles,
carne de otra carne,
extraños vagando por el mismo camino
una y otra vez.
Pronto mi canción será el crepúsculo,
el cometa en el firmamento,
la brisa que agita las mareas,
el fuego que enciende la hoguera,
el cuchillo que corta las mentiras,
el torbellino, la tormenta, la hecatombe.
Y tus ojos que no mienten
serán testigos,
mas mi canto no será para ti.
La oscuridad es intensa en esta octava.
Imagina cuánta culpa me rodea.
Si la luz neón no miente,
seré la piedra angular en esta historia.
¡Caer no es viajar!
¡Caer no es viajar!
¡Caer no es viajar!
El golpe abre mis alas.
Mi sangre se esparse en promesas y delirios.
Ya es demasiado tarde para disculpas forzadas.
Es tarde para todo.
Entonces, definido el punto final,
la condena,
la ausencia,
el sacrificio,
solo me queda moderar mis ganas,
entregar el último truco disponible,
dejar caer el telón,
colocar en la pira ese estúpido te quiero
que murió sin pronunciarse,
acelerar con mi nota el último verso clandestino,
encadenarme a la roca del juicio,
pronunciar por última vez tu nombre
y esperar que el golpe reinicie todas las cosas.
David E. Alvarado
El Salvador
El Salvador
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