Aquí.
La música se esparce caprichosamente
como tormenta que aparece sin aviso, de repente.
Promesa de huracán de categoría épica,
íntimamente frenético y espontáneo,
con credenciales a tu nombre.
El corazón, revolcado en su propio duelo,
reclama un poco de atención ante este ruido.
Nadie advierte su melancolía.
Yo.
A pesar del intento, no consigo esconder mi queja
ni abstraerme de la escena colectiva.
Mis ojos taciturnos proyectan notas disonantes y aleatorias.
Hay una lluvia insistente adentro, un temporal pesado y silencioso.
Nadie advierte mi ausencia.
Allá.
Las palabras se han quedado cortas.
El sentimiento está en llamas.
El amor es un manifiesto incendiario.
Sin embargo,
todo el murmullo de estas ganas es vano ante la indiferencia.
Nadie advierte el golpe final.
Tú.
Infinitamente inevitable.
Siempre estás, a pesar de las maniobras.
Nada.
En este espacio profundamente emocional
las dudas preparan carnavales y hecatombes.
Nadie está listo para nada.
David Alvarado
El Salvador
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